Entró convencido en el bar y tomo asiento en uno de los taburetes en la
zona media de la barra, manteniendo una distancia prudencial con el viejo de su
izquierda y la pareja que cuchicheaba y reía al fondo del local.
Era uno de esos bares que le
gustaban. Música de ambiente, decoración calida y una clientela tranquila.
Había pasado ya por varios sitios más que también eran de su agrado pero que ya
estaban rebosantes de gente, como es lógico a la 1 de la mañana de un viernes.
Se exaspero al pensar por que no habría salido antes si lo que quería era tomar
una copa tranquilo, a solas, escuchando buena música. Y no era la primera vez.
Recientemente había dado varios paseos de más de una hora en busca de un
"lugar tranquilo" donde tomarla en estas abarrotadas horas del fin de
semana. Más de una vez había vuelto a casa sin haber encontrado donde remojar
el gaznate a gusto. Se pregunto por que repetía con asiduidad las mismas rutinas que no le
satisfacían.
Un "buenas, ¿que te pongo?" interrumpió los tumbos de su
mente y centro la mirada en la camarera, de 20 tantos y llamativa. Atrajeron su mirada sus ojos verdes acompañados de una colorida sombra a
juego. Paso de estos a los caños de las cervezas de barril, no sin antes
detenerse un instante en su comedido pero sugerente escote. "Una guiness" Respondió el susodicho, sonriendo y cerrando un
instante los ojos por reflejo, evitando mantener la mirada mas de lo necesario.
Reparo en que olía un poco a cañería en el local y recordó que había llovido
bastante durante los últimos días, elevando el nivel de las alcantarillas y
removiendo sus pútridos olores. Esta ciudad nunca tuvo buen sistema de drenaje.
Mientras la cerveza reposaba la espuma centró su atención en la pareja que reía quedamente al fondo.
Por sus gesto, las miradas y el rubor de sus mejillas, su risa atolondrada, eran sin duda una pareja formada recientemente, en su
pleno apogeo. Como una amapola recién florecida en los primeros rayos de la
primavera, tan radiante que nadie piensa al verla en su inevitable marchitar. El le besaba el cuello y ella lo apartaba con poco empeño, haciendo si cabe
mas jugosos sus bocados.
Suena Bloody sunday de U2 mientras terminan de llenarle la jarra, que
agradece con una sonrisa mientras tararea la canción. Moja sus sedientos labios
en la espuma tomando también de la amarga cerveza sobre la que descansa. La
saborea y traga lentamente como quien se sabe libre de cualquier obligación y
no siente la prisa del reloj marcando con cada tik sus pasos, con cada tak sus
descansos. Aun es al menos dueño del tiempo que no vende.
Las luces rojas y verdes de los focos bailan con la música y reflejan en la
barra metálica, de color plateado, con un par de patas que sujetan en lo alto
un botellero abarrotado de licores en su mayoría baratos. Al fondo de la barra
se encuentran las mejores botellas, entre las que se destaca un chivas regal 12
años que atrae la atención de nuestro protagonista. Otro sorbo mas a la cerveza
y esta entra como aceite engrasando un motor, su cuerpo tensionado se relaja, aunque no del
todo, dándole una merecida tregua.
Cae en la cuenta de que el silencioso
sesentón que apoya codo en barra a escasos metros de el hace rato que empezó a
hablar con la camarera, a la que llama Manuela. Le cuesta creerse que estas dos
personas se conozcan dada la diferencia de edad. Razona erróneamente al
principio que serán familiares, quizá su abuelo, que viene a tomar una copa y a
hablar con su nieta. Pero el tono de la conversación, aunque distendido, no es
familiar. Es sin duda una persona mayor que se siente sola y acude bastante
asíduamente a este bar, razona. Manuela, por su lado parece tolerar sus divagaciones
e incluso algún que otro comentario fuera de tono, aunque no del todo
descortés. Habla de sus tiempos mozos y de lo buen chaval que era, de lo mal
que lo trato la vida. Pensó nuestro observador durante un momento que la
camarera no tenía escapatoria al fin y al cabo, detrás de la barra con una
tarea que cumplir, y que por eso aguantaba la cháchara. Pero en su tono, al
responder al viejo, demostraba interés y empatía. Noto como ella también sentía
su pena. Se sintió mezquino por pensar en el viejo como un simple incordio y
sonrió irónico aceptando la lección que la camarera le había dado.
Un gran
grupo de extranjeros borrachos irrumpe en el local con estrépito, apoderándose
de la barra a trompicones. Nuestro desconocido apura su cerveza, deja el dinero
justo en la mesa y se despide dejando sitio en la barra para que siga la noche.
Abre la puerta haciendo sonar la campana de aviso de visitantes y se sumerge
de nuevo en la noche, en busca de un nuevo rumbo a ningún lugar.
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