sábado, 3 de diciembre de 2011
El escultor del alma
Da igual cuanto crezcas. Da lo mismo cuanto vivas. Tus monstruos siempre serán tan fuertes como tú lo eres. Es imposible ganar una batalla fácil que realmente mereciese la pena ser luchada. Romper nuestras barreras es una lucha encarnizada en la que nos vemos obligados a destruirnos y reconstruirnos a nosotros mismos, a veces incluso por completo. Esas son las únicas batallas que nos otorgaran un bien verdadero. Es por eso que sabes que cada pelea será dura, porque contra quien luchas en realidad por superarte cada día es contra ti mismo. Esta lucha nunca termina, y solo puede ser sustentada con la fe de haber mordido el polvo una y otra vez, notando el sabor metálica de la sangre anegar tu boca, sabiendo que te vas a levantar sin concesiones de cada envite que el destino te lance hasta que llegue tu hora. Esta actitud nos permite separarnos a nosotros de nuestros miedos e ir quitando capa a capa, pedazo a pedazo, esas partes que considerábamos nuestras pero son aprendidas. Partes que se han ido adhiriendo a nosotros como moluscos al casco de un barco y que nos imposibilitan navegar tan ligeros como podríamos. En este proceso vamos poco a poco alcanzando nuestra esencia, la base, el yo... Como el escultor desvela del bloque de mármol la escultura, a base de arrancar con el cincel todo lo que nos impedía verla y disfrutar de esta.
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